viernes, 9 de noviembre de 2018

Respira, ya se fue.

Volvió. Apareció de golpe, sin llamar a la puerta, sin preguntar siquiera si estaba lista para recibirlo. En este punto, debo aclarar que no me gustan las sorpresas -menos si vienen de su parte-. Regresó y trajo consigo terribles dolores de cabeza, ansiedad, sofocación, sudoración y miedo, mucho miedo. Es preciso señalar, que, si bien es cierto, no lo esperaba; sí me había preparado por sí algún día se le ocurría volver. Pero, como siempre pasa en estos casos, nunca estás lo suficientemente lista para enfrentarte a tamaño monstruo.
Ese día, todo transcurría con normalidad. Amaneció con un sol radiante, la tarde se puso un poco gris y al anochecer llegó la oscuridad, oscuridad en el cielo, la calle y lo que es peor: oscuridad en la mente. De pronto aparecieron ideas aterradoras, de un lado al otro, sin descansar. La ansiedad me invadió de repente y aquella sensación de miedo fue creciendo y creciendo hasta que sentí que no podía respirar. Muy dentro de mí, sabía que todo era producto de mi mente y que así como apareció se iba a terminar. Pero, otra parte de mí se moría de miedo. Así, sin anestesia, sentía que moría.
Luego de algunos -eternos- minutos, todo se volvió calma otra vez...
Respira, ya se fue.
... 
No hay peor trampa que creer en los miedos que tu propia mente inventa. Después de todo, te das cuenta que no hay un peligro real. Solo es tu propio temor. Solo es un autogolpe, un saboteo mental. Solo eres tú.